En Montevideo durante muchos se llamaron Barberías, luego la inmigración francesa les cambió el nombre, por el de Peluquerías o Salones.
El salón era una habitación a la calle, muy austera, sin letrero, de paredes blanqueadas, adornadas con afiches de toreros o de corridas de toros de “las Españas”, como decían antes.“ El piso de baldosas, permanentemente transitado por una fila de incansables hormiguitas que obligaban al peluquero a vivir con la escoba en la mano. Y ya en la misma pasada el peluquero recogía los restos de cabello recortado.
El mobiliario era muy modesto, un par de bancos, alguna silla y la guitarra que era la voz cantante del barbero.
Una cosa infaltable era el brasero y la caldera humeante, que tenía dos destinos: el mate que compartían el peluquero con los clientes y el agua para afeitar.
El sillón del barbero era muy sencillo, enfrentado a un espejo, que en general estaba bastante picoteado, reflejaba una imagen dudosa y la utilería consistía en: tijeras, cepillos y peines.La brocha no existía, aún no se había inventado, se enjabonaba a mano y una palangana colocada debajo del mentón del cliente, enjugaba el agua.
Pero el afeitado de ese tiempo debía colaborar con el barbero, no solo por sostener la palangana, además debía introducirse una nuez en la boca y a medida que el barbero realizaba su trabajo, navaja en mano, el cliente paseaba la nuez de cachete en cachete, para mantener su piel estirada. Esa nuez indestructible, era siempre la misma.
Cuenta Romulo Rossi en su publicación: “Crónicas Sabrosas del Viejo Montevideo” que los barberos eran además de guitarreros y cantores, en sus locales organizaban serenatas, sacaban muelas, aplicaban ventosas y sangrías, para lo que contaban con una provisión adecuada de sanguijuelas.
Por la Plaza Independencia, acostumbraba a instalarse un coche muy adornado, con un importante séquito de ayudantes de un prestigioso sacamuelas francés, llamado Enolt.
Era buen mozo, seductor y convincente y en su pintoresco castellano publicitaba un medicamento llamado Malaquita, juraba que era un bálsamo mágico para aliviar el dolor de muelas, aún el dolor de la extracción.
El asunto era que Elnot instalaba su carromato en la Plaza Independencia, con un quinteto de músicos de estrepitosa ejecución.
Cuando llegaba un paciente, generalmente con la cara hinchada y muerto de dolor lo sentaban en el sillón, Elnot se colocaba bien de frente y le aprisionaba las rodillas entre las suyas, le hacía algo así como una llave, lo inmovilizaba y le mantenía la boca abierta.
Contaba con la ayuda de alguno de sus dependientes para extraer de entre sus ropas, una pinza y así comenzaba la operación de reiterados tirones, hasta que arrancaba la pieza “sin dolorg”, operación acompañada de música cada vez más estridente y la aparicion de la muela en ristre, venia generalmente seguida de un trozo de maxilar.
Y como es de imaginar el auditorio que acompañaba todo este espectáculo de tortura, no escuchaba los gritos de dolor, ni veía las contorciones inútiles y desesperadas que paciente, por escapar de tamaño tormento.
Y mientras Enolt se dirigía a la concurrencia diciendo: “son los nergvios, los pícaros nergvios de este hombre, porque todo esto está garantido: es sin dolorg”
martes, 21 de octubre de 2008
" LA ESCOLLERA", un boliche con señora
Cuenta Doña Nieves, hace mas de cuarenta años, abría el bar “La Escollera” a las 6 de la mañana, la cola para comprar carnada, daba vuelta la esquina y seguía, por lo menos una cuadra y media.
En esa época, el pesquero de la escollera Sarandí era el mejor de Montevideo, también Don Manuel vivía, la pesca era otra cosa y los pescadores eran muchos más.
El bar, ubicado al final de la calle Sarandí, esquina Juan Lindolfo Cuestas, nació en el año 1890, con ineludible aire de arrabal portuario.
Doña Nieves y Don Manuel, llegaron de la Coruña, hace muchos años, empujados por la miseria, y aquí, decididos a sobrevivir, se hicieron cargo del bar, que además vendía artículos de pesca.
Un día, del año 1974, alguien llegó del Brasil, con un paquete de camarones.
Don Manuel se lo compró por ayudarlo, pero desconfiado, se lo regaló a un pescador amigo, que en la escollera Sarandí, allí nomás y al ratito, comenzó a pescar corvina tras corvina, ante el estupor de todo el bar.
Ese fue el primer paquete de camarones que se usó como carnada, en el Uruguay, que pasó por el mostrador del bar “La Escollera.”
Y Doña Nieves, decidida, oportuna, se puso por su cuenta, a vender carnada.
Se iban al este con Don Manuel y cuando volvían, en el camión, apenas cabían las bolsas llenas de diferentes carnadas, que los pescadores esperaban desde tempranito, haciendo cola.
Pero Don Manuel murió, ya haceaños, no obstante el bar sigue abriendo a las seis de la mañana, solo que ahora, Dona Nieves está más sola.
Sin embargo, no solo cumple el mismo horario, además mantiene el mejor surtido de artículos de pesca y también carnadas.
Y a pesar de que nunca empuñó una caña, ni extendió una red, sabe todo sobre pesca y también sobre tempestades.
Cuenta que ya no hay tantos pescadores y parece que tampoco, hay tantos peces como antes....
¿Será que también entre los peces y los pescadores, todo tiempo pasado fue mejor?
En esa época, el pesquero de la escollera Sarandí era el mejor de Montevideo, también Don Manuel vivía, la pesca era otra cosa y los pescadores eran muchos más.
El bar, ubicado al final de la calle Sarandí, esquina Juan Lindolfo Cuestas, nació en el año 1890, con ineludible aire de arrabal portuario.
Doña Nieves y Don Manuel, llegaron de la Coruña, hace muchos años, empujados por la miseria, y aquí, decididos a sobrevivir, se hicieron cargo del bar, que además vendía artículos de pesca.
Un día, del año 1974, alguien llegó del Brasil, con un paquete de camarones.
Don Manuel se lo compró por ayudarlo, pero desconfiado, se lo regaló a un pescador amigo, que en la escollera Sarandí, allí nomás y al ratito, comenzó a pescar corvina tras corvina, ante el estupor de todo el bar.
Ese fue el primer paquete de camarones que se usó como carnada, en el Uruguay, que pasó por el mostrador del bar “La Escollera.”
Y Doña Nieves, decidida, oportuna, se puso por su cuenta, a vender carnada.
Se iban al este con Don Manuel y cuando volvían, en el camión, apenas cabían las bolsas llenas de diferentes carnadas, que los pescadores esperaban desde tempranito, haciendo cola.
Pero Don Manuel murió, ya haceaños, no obstante el bar sigue abriendo a las seis de la mañana, solo que ahora, Dona Nieves está más sola.
Sin embargo, no solo cumple el mismo horario, además mantiene el mejor surtido de artículos de pesca y también carnadas.
Y a pesar de que nunca empuñó una caña, ni extendió una red, sabe todo sobre pesca y también sobre tempestades.
Cuenta que ya no hay tantos pescadores y parece que tampoco, hay tantos peces como antes....
¿Será que también entre los peces y los pescadores, todo tiempo pasado fue mejor?
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