viernes, 10 de octubre de 2008
LA PUERTA DEL PARAÍSO EN MONTEVIDEO
La puerta más antigua de Montevideo llegó de Italia a principios del siglo XX y esta ubicada en el Palacio Municipal, en la sala Aquiles Lanza.
Es obra de Lorenzo Ghiberti, escultor, orfebre, arquitecto y escritor del arte italiano del Quattrocento.
Es un calco de la puerta del lado Este del Baptisterio de Florencia, tan majestuosa que Miguel Ángel Bounarotti deslumbrado la llamo “Puerta del Paraíso”, nombre con el que se le conoce hasta ahora.
El gremio de comerciantes de Florencia encomendó ejecutar a Lorenzo Ghiberti, para el baptisterio la tercera puerta de dos hojas, Ghiberti culminó la obra en 1452.
La decoró con diez altorrelieves de bronce dorado, que representan escenas del Antiguo Testamento.
El contenido temático de los paneles comienza con Adán y Eva y el pecado original y la expulsión del paraíso, sigue con la historia de la primera familia humana, la muerte de Abel, la condena de Dios a Caín.
En el tercer panel aparece Noe y su familia, el diluvio, los animales, el arca y el arco iris como señal de alianza de Dios con Noe.
Así en cada panel se desarrolla la historia del Antiguo Testamento, incluyendo la vida de Abraham, de José, de Moisés, la toma de Jericó, la historia de David y del rey Salomón.
En el bastidor aparecen dentro de medallones circulares, veinticuatro pequeñas cabezas de profetas, sibilas y personajes bíblicos
Las puertas contienen también en los marcos laterales y en los listones verticales de separación, todo un repertorio de pequeñas esculturas de figuras bíblicas, motivos vegetales y algunos diminutos bustos de personajes entre los que se halla el propio autorretrato de Ghiberti.
Realmente tenía razón Miguel Ángel cuando dijo: “si existiera el paraíso, no seria necesario construirle una puerta en su entrada, bastaría con poner allí la que Ghiberti elaboró para el Baptisterio de Florencia mostrando al mundo los nuevos cánones estilísticos de la escultura renacentista.”
.
Es obra de Lorenzo Ghiberti, escultor, orfebre, arquitecto y escritor del arte italiano del Quattrocento.
Es un calco de la puerta del lado Este del Baptisterio de Florencia, tan majestuosa que Miguel Ángel Bounarotti deslumbrado la llamo “Puerta del Paraíso”, nombre con el que se le conoce hasta ahora.
El gremio de comerciantes de Florencia encomendó ejecutar a Lorenzo Ghiberti, para el baptisterio la tercera puerta de dos hojas, Ghiberti culminó la obra en 1452.
La decoró con diez altorrelieves de bronce dorado, que representan escenas del Antiguo Testamento.
El contenido temático de los paneles comienza con Adán y Eva y el pecado original y la expulsión del paraíso, sigue con la historia de la primera familia humana, la muerte de Abel, la condena de Dios a Caín.
En el tercer panel aparece Noe y su familia, el diluvio, los animales, el arca y el arco iris como señal de alianza de Dios con Noe.
Así en cada panel se desarrolla la historia del Antiguo Testamento, incluyendo la vida de Abraham, de José, de Moisés, la toma de Jericó, la historia de David y del rey Salomón.
En el bastidor aparecen dentro de medallones circulares, veinticuatro pequeñas cabezas de profetas, sibilas y personajes bíblicos
Las puertas contienen también en los marcos laterales y en los listones verticales de separación, todo un repertorio de pequeñas esculturas de figuras bíblicas, motivos vegetales y algunos diminutos bustos de personajes entre los que se halla el propio autorretrato de Ghiberti.
Realmente tenía razón Miguel Ángel cuando dijo: “si existiera el paraíso, no seria necesario construirle una puerta en su entrada, bastaría con poner allí la que Ghiberti elaboró para el Baptisterio de Florencia mostrando al mundo los nuevos cánones estilísticos de la escultura renacentista.”
.
jueves, 9 de octubre de 2008
EL CACHIVACHERO DEL CORDÓN
El cachivachero del Cordón fue un extraño personaje que vivió en Montevideo alrededor del año 1884, en la calle Tacuarembó, por donde hoy está la Iglesia.
Se llamaba Manuel Fernández Tablas, aunque pero era mucho más conocido como el cachivachero del Cordón, a pesar de que él soñaba con ser “marchand.”
Don Manuel se empeñaba en adquirir cosas, pero como no tenía dinero ni discernimiento, a pesar de sus aspiraciones, lo único que lograba era juntar cuanto trasto viejo e inservible se encontrara a su paso.
Así su casa se convirtió en un depósito de cosas raras, exóticas, adquiridas en los rincones más extravagantes e insospechados de Montevideo.
En un hacinamiento insoportable, la vocación de amontonar de don Manuel no dejaba libre ni su propia azotea, todo lo que lo rodeaba era caos, sin orden ni concierto.
En un remate había adquirido una inmensa bañera, no se sabe con que intenciones, pero para bañarse era muy dudoso, porque en pocos días la convirtió en depósito de ollas sin fondo, asientos sin silla, relojes sin agujas, chapas de consultorios de médicos muertos, mangos de cuchillo sin hoja, lentes sin cristales, dientes postizos, un sinfín de desperdicios que aumentaban diariamente.
No perdía una sola oportunidad de comprar.
De esta manera fue poniendo en marcha uno de los primeros cambalaches Montevideano.
Pero llegó un momento que su fervor consumista, su desatino comercial, empezó a crearle serios problemas.
No solo no se podía bañar, tampoco podía cocinar, ni dormir, porque no había lugar para la cocina y menos para la cama. La situación ya era grave.
Pero como no le faltaba creatividad, empezó a pensar como solucionar la falta de espacio.
El espacio era imprescindible, entonces descubrió, que colgando los objetos de los tirantes del techo, duplicaba la capacidad locativa de su casa.
Y así colgó todo lo que pudo, a pesar de la amenaza que se cernía constantemente sobre las cabezas de los pocos clientes que se aventuraban a entrar.
Pero además ese laberinto, jamás profanado por una escoba o un plumero, era la delicia de otros seres vivos, como ratones, ratas, arañas.
Poder acostarse era un problema, ni hablar dormir, porque cuando el sol caía, los ratones y demás especimenes se adueñaban del lugar, cada objeto les servía de cueva y así, no solo se reproducían en régimen intensivo, sino que se acostaban, los muy descarados, en la cama de Don Manuel.
Entonces la única solución era colgar la cama también con un mecanismo complicadísimo, que debía repetir todos los días y las noches, por medio de cuerdas y poleas, que tironeaba para acostarse y aflojaba para levantarse.
Finalmente es posible que la modalidad de Don Manuel fuera algo extravagante, sin embargo el cambalache del Cordón, fue muy útil a la sociedad de aquellos tiempos.
No solo tenía su buena clientela, sino que pasó a la historia como un personaje querido y respetado.
Logró realmente un museo, el del desecho, aunque su vocación era la de un verdadero marchand.
Bibliografía: historia de este personaje la recogió Daniel Muñóz.
Se llamaba Manuel Fernández Tablas, aunque pero era mucho más conocido como el cachivachero del Cordón, a pesar de que él soñaba con ser “marchand.”
Don Manuel se empeñaba en adquirir cosas, pero como no tenía dinero ni discernimiento, a pesar de sus aspiraciones, lo único que lograba era juntar cuanto trasto viejo e inservible se encontrara a su paso.
Así su casa se convirtió en un depósito de cosas raras, exóticas, adquiridas en los rincones más extravagantes e insospechados de Montevideo.
En un hacinamiento insoportable, la vocación de amontonar de don Manuel no dejaba libre ni su propia azotea, todo lo que lo rodeaba era caos, sin orden ni concierto.
En un remate había adquirido una inmensa bañera, no se sabe con que intenciones, pero para bañarse era muy dudoso, porque en pocos días la convirtió en depósito de ollas sin fondo, asientos sin silla, relojes sin agujas, chapas de consultorios de médicos muertos, mangos de cuchillo sin hoja, lentes sin cristales, dientes postizos, un sinfín de desperdicios que aumentaban diariamente.
No perdía una sola oportunidad de comprar.
De esta manera fue poniendo en marcha uno de los primeros cambalaches Montevideano.
Pero llegó un momento que su fervor consumista, su desatino comercial, empezó a crearle serios problemas.
No solo no se podía bañar, tampoco podía cocinar, ni dormir, porque no había lugar para la cocina y menos para la cama. La situación ya era grave.
Pero como no le faltaba creatividad, empezó a pensar como solucionar la falta de espacio.
El espacio era imprescindible, entonces descubrió, que colgando los objetos de los tirantes del techo, duplicaba la capacidad locativa de su casa.
Y así colgó todo lo que pudo, a pesar de la amenaza que se cernía constantemente sobre las cabezas de los pocos clientes que se aventuraban a entrar.
Pero además ese laberinto, jamás profanado por una escoba o un plumero, era la delicia de otros seres vivos, como ratones, ratas, arañas.
Poder acostarse era un problema, ni hablar dormir, porque cuando el sol caía, los ratones y demás especimenes se adueñaban del lugar, cada objeto les servía de cueva y así, no solo se reproducían en régimen intensivo, sino que se acostaban, los muy descarados, en la cama de Don Manuel.
Entonces la única solución era colgar la cama también con un mecanismo complicadísimo, que debía repetir todos los días y las noches, por medio de cuerdas y poleas, que tironeaba para acostarse y aflojaba para levantarse.
Finalmente es posible que la modalidad de Don Manuel fuera algo extravagante, sin embargo el cambalache del Cordón, fue muy útil a la sociedad de aquellos tiempos.
No solo tenía su buena clientela, sino que pasó a la historia como un personaje querido y respetado.
Logró realmente un museo, el del desecho, aunque su vocación era la de un verdadero marchand.
Bibliografía: historia de este personaje la recogió Daniel Muñóz.
lunes, 6 de octubre de 2008
MUERTE ANUNCIADA
En el espacio comprendido por las calles Minas, San Salvador, Lorenzo Carnelli, e Isla de Flores se encuentra lo que queda del Barrio Reus al Sur.
De un lado ruinas destinadas a desaparecer; del otro separados por el callejón Ansina, un complejo en construcción ocupa lo que antes era decadencia.
El predio es una manzana partida en dos, pero es también el antes y el después del abandono y la piqueta fatal que algunos intentaron esquivar sin éxito.
En los años 80 el Grupo de Estudios Urbanos trató de conservar lo posible y agregar obra nueva, todo terminó en un juicio ganado a la IMM por los arquitectos: Spalanzani, Curiel y otros.
A pesar de haber sido declarado Monumento Histórico, a pesar de las protestas de los vecinos que han dejado en caracteres imborrables “los que se fueron obligados quieren volver, los que estamos nos queremos quedar”; o del dolor de reconocer “Palermo negro tiene la memoria en blanco”; todo generó en baldío, ruinas conmovedoras y la expulsión de decenas de familias afincadas allí por varias generaciones.
Solo permanece el recuerdo de las casitas iguales, de dos plantas, con techo a dos aguas y mansarda, primer conjunto de viviendas económicas que tuvo Montevideo, obra de Emilio Reus.
Hoy mediante un convenio entre la Intendencia Municipal de Montevideo, el Banco Hipotecario, Mundo Afro y FUCVAM, se está construyendo un conjunto de viviendas en tres niveles, que prometen alojar a los desalojados.
Mientras, el Centro Cultural Zona Sur Kambe vende tamboriles y logra mantenerse en pie.
De un lado ruinas destinadas a desaparecer; del otro separados por el callejón Ansina, un complejo en construcción ocupa lo que antes era decadencia.
El predio es una manzana partida en dos, pero es también el antes y el después del abandono y la piqueta fatal que algunos intentaron esquivar sin éxito.
En los años 80 el Grupo de Estudios Urbanos trató de conservar lo posible y agregar obra nueva, todo terminó en un juicio ganado a la IMM por los arquitectos: Spalanzani, Curiel y otros.
A pesar de haber sido declarado Monumento Histórico, a pesar de las protestas de los vecinos que han dejado en caracteres imborrables “los que se fueron obligados quieren volver, los que estamos nos queremos quedar”; o del dolor de reconocer “Palermo negro tiene la memoria en blanco”; todo generó en baldío, ruinas conmovedoras y la expulsión de decenas de familias afincadas allí por varias generaciones.
Solo permanece el recuerdo de las casitas iguales, de dos plantas, con techo a dos aguas y mansarda, primer conjunto de viviendas económicas que tuvo Montevideo, obra de Emilio Reus.
Hoy mediante un convenio entre la Intendencia Municipal de Montevideo, el Banco Hipotecario, Mundo Afro y FUCVAM, se está construyendo un conjunto de viviendas en tres niveles, que prometen alojar a los desalojados.
Mientras, el Centro Cultural Zona Sur Kambe vende tamboriles y logra mantenerse en pie.
COSTA MONTEVIDEANA
A lo largo de la costa montevideana, se desarrolla una serie ininterrumpida de playas, unidas por la rambla costanera.
Y hacia ella se van acercando los barrios, conducidos por una ribera que cambia de nombre, pero que invariablemente es, en toda su extensión, un poderoso atractivo en cualquier momento del año.
Cada trozo de playa posee características propias, desde el paisaje, la arquitectura y la gente que lo frecuenta.
Por eso cuando se recorre desde la Ciudad Vieja hasta los confines con el departamento de Canelones, el panorama cambia sin cesar, entre chalets, torres, parques, rocas, senderos, plazas, avenidas, alturas enjardinadas.
El turista podrá disfrutar de un panorama donde además hay numerosos restoranes, clubes, confiterías, cafeterías y dos casinos, uno en el Parque Hotel y otro en el Hotel Carrasco.
A lo largo de la rambla se destacan: Punta Carretas, el barrio más austral de Montevideo, atractivo desde la historia con su antigua farola, los links del campo de golf hasta el Shopping Punta Carretas, creado a partir de una cárcel penitenciaria.
Pocitos, barrio residencial y populoso, con edificios altos y otro importante centro comercial, el primer shopping de Montevideo.
El Buceo, zona de naufragios y tesoros, barrio puerto y playa, a la altura de la Isla de Flores, tomó su nombre de la acción de “bucear” de muchos, en busca de las pertenencias de algún navío hundido.
Malvin típica barriada familiar y comercial, cuyo nombre debió ser Balbín, a pesar de que el truque de una consonante, no le resto ningún encanto.
Punta Gorda con el atractivo de sus pendientes y la antiguamente llamada Plaza Virgilio hoy Plaza de la Armada, que entraña mas de un deferencia, a Virgilio el autor de la Eneida, a Palinuro el mejor de los navegantes de Eneas, a Eduardo Diaz Yepes, yerno de Torres Garcia, responsable del monumento que los recuerda y finalmente es un homenaje a todos los muertos en el mar.
Carrasco con sus hermosos chalets, clubes de tenis y polo, restoranes, heladerías, boites, vida social y el magnífico Hotel Carrasco.
EL HACHAZO HOMICIDA QUE BAUTIZO UN BAR
En el cruce de las calles Buenos Aires y Maciel, en una esquina legendaria, en el corazón del barrio Guruyú, está el mostrador más antiguo de Montevideo.
Tiene por lo menos doscientos años a cuestas, nació como pulpería y un hachazo mortal homicida, le puso nombre allá por el año 1794.
Sin embargo aquí lo vemos tan campante, entero y con alias de recuerdo.
Como les contaba, su edad es imposible de precisar, se puede decir que pertenece a la prehistoria uruguaya, cuna de tradiciones populares y esta en plena actividad.
Nació veintitrés años antes de la creación del departamento de Montevideo y treinta y uno antes de la Declaratoria de la Independencia
Allí cuentan que nació la yapa y también aunque muy rudimentaria, la práctica del boxeo entre los marineros que recalaban en nuestras costas y tentaban a los criollos a medir fuerzas y habilidades, en el espacio de un cuadrado cercado por sogas. Así nomás improvisadamente.
Hasta el 15 de abril de 1794, se llamaba: “la esquina pulpería de Juan Vazquez,
Después el asesinato del dependiente del almacén: Bernadino Paniagua, conmocionó a tal punto a la serena San Felipe de Montevideo, que el boliche cambió de nombre y comenzó a llamarse “El Hacha”.
El homicida fue Domingo Gambini, actuó solo y con fines de robo, fue juzgado en Buenos Aires, como capital del Virreinato del Río de la Plata y ahorcado en Montevideo.
Así nació “la esquina del hacha” y con obvias modificaciones interiores pero el mostrador mantiene las características de lo que fue, rejas originales, ladrillos españoles de cuatro kilos y sesenta centímetros de ancho, vigas de tronco de palmera y un brocal de piedra dura, hecho a mano, que es lo único que queda del aljibe.
Sin embargo y a pesar del paso de los años, no se ha quebrado la mística de este boliche, que parece embromar al tiempo con su rica historia de dos siglos.
Tiene por lo menos doscientos años a cuestas, nació como pulpería y un hachazo mortal homicida, le puso nombre allá por el año 1794.
Sin embargo aquí lo vemos tan campante, entero y con alias de recuerdo.
Como les contaba, su edad es imposible de precisar, se puede decir que pertenece a la prehistoria uruguaya, cuna de tradiciones populares y esta en plena actividad.
Nació veintitrés años antes de la creación del departamento de Montevideo y treinta y uno antes de la Declaratoria de la Independencia
Allí cuentan que nació la yapa y también aunque muy rudimentaria, la práctica del boxeo entre los marineros que recalaban en nuestras costas y tentaban a los criollos a medir fuerzas y habilidades, en el espacio de un cuadrado cercado por sogas. Así nomás improvisadamente.
Hasta el 15 de abril de 1794, se llamaba: “la esquina pulpería de Juan Vazquez,
Después el asesinato del dependiente del almacén: Bernadino Paniagua, conmocionó a tal punto a la serena San Felipe de Montevideo, que el boliche cambió de nombre y comenzó a llamarse “El Hacha”.
El homicida fue Domingo Gambini, actuó solo y con fines de robo, fue juzgado en Buenos Aires, como capital del Virreinato del Río de la Plata y ahorcado en Montevideo.
Así nació “la esquina del hacha” y con obvias modificaciones interiores pero el mostrador mantiene las características de lo que fue, rejas originales, ladrillos españoles de cuatro kilos y sesenta centímetros de ancho, vigas de tronco de palmera y un brocal de piedra dura, hecho a mano, que es lo único que queda del aljibe.
Sin embargo y a pesar del paso de los años, no se ha quebrado la mística de este boliche, que parece embromar al tiempo con su rica historia de dos siglos.
domingo, 5 de octubre de 2008
CRIPTA DEL SEÑOR DE LA PACIENCIA Y LA HUMILDAD
Está ubicada sobre la calle Cerrito y Solís, a la derecha de la Iglesia San Francisco y podríamos decir que es subterránea, porque está varios metros por debajo de la calle, una larga escalera nos conduce a la cripta.
Allí nos encontramos con muros de dos metros de espesor, donde rebotan los murmullos y se multiplican en los arcos ojivales que van del techo al piso, el silencio invade todo el recinto, que huele a humedad y recogimiento.
Es un lugar donde han acudido en busca de consuelo generaciones y generaciones de uruguayos, desde el año 1900.
La leyenda: “Tu que pasas, mírame
Cuentas si puedes mis llagas
¡Ah hijo que mal me pagas
la sangre que derramé”
marca la entrada de la escalera a la cripta y se refiere a la talla de madera que un día emprendió viaje desde Perú, por el siglo XVIII.
Se detuvo en Asunción y más tarde no se sabe bien porque ni como, pero en carreta y vaya a saber porque caminos, llegó a Montevideo.
Primero a la casa de Ejercicios de los Padres Jesuitas, que estaba ubicada en Sarandí y Maciel.
Más tarde fue ubicada en la puerta de la cripta y dicen que era tanta la gente que llegaba, que el tranvía de caballos los viernes, no podía transitar por la calle Cerrito.
Entonces se pensó en arreglar las bóvedas de San Francisco y allí se ubicó definitivamente el Señor de la Paciencia, en el año 1900.
Es una imagen diferente, es un Cristo que está sentado, con la cabeza apoyada en su mano, en actitud pensativa o de escucha, está más atento que la mayoría de las imágenes de Jesús, como la de la cruz que es la que más se encuentra en los templos.
Es el Señor de la Paciencia, las velas encendidas dan un aspecto muy especial a este espacio sobrecogedor y humilde.
La talla es de madera europea, muy dura y pesada, con una extraña pátina, de autor desconocido, es visitada especialmente los viernes, por muchísimas personas.
El padre García contaba que a las 7am, cuando él abre la cripta, ya hay gente esperando, entran, saludan a su santo favorito y se van rápidamente.
Este espacio que en un momento fue pensado para Panteón Nacional es finalmente por mandato de monseñor Soler, Santuario Nacional del Señor de la Paciencia.
En esos muros de dos metros de espesor se pueden ver muchas leyendas, con letra desprolija, con faltas de ortografía con una enorme carga de sentimientos y de emoción, algunas hablan de dramas cotidianos, de soledades, de amores, de falta de trabajo.
Algunos se dirigen al Señor de la Paciencia como:”flaco o cachete” y a veces la leyenda esta seguida de las gracias por la ayuda concedida.
Allí nos encontramos con muros de dos metros de espesor, donde rebotan los murmullos y se multiplican en los arcos ojivales que van del techo al piso, el silencio invade todo el recinto, que huele a humedad y recogimiento.
Es un lugar donde han acudido en busca de consuelo generaciones y generaciones de uruguayos, desde el año 1900.
La leyenda: “Tu que pasas, mírame
Cuentas si puedes mis llagas
¡Ah hijo que mal me pagas
la sangre que derramé”
marca la entrada de la escalera a la cripta y se refiere a la talla de madera que un día emprendió viaje desde Perú, por el siglo XVIII.
Se detuvo en Asunción y más tarde no se sabe bien porque ni como, pero en carreta y vaya a saber porque caminos, llegó a Montevideo.
Primero a la casa de Ejercicios de los Padres Jesuitas, que estaba ubicada en Sarandí y Maciel.
Más tarde fue ubicada en la puerta de la cripta y dicen que era tanta la gente que llegaba, que el tranvía de caballos los viernes, no podía transitar por la calle Cerrito.
Entonces se pensó en arreglar las bóvedas de San Francisco y allí se ubicó definitivamente el Señor de la Paciencia, en el año 1900.
Es una imagen diferente, es un Cristo que está sentado, con la cabeza apoyada en su mano, en actitud pensativa o de escucha, está más atento que la mayoría de las imágenes de Jesús, como la de la cruz que es la que más se encuentra en los templos.
Es el Señor de la Paciencia, las velas encendidas dan un aspecto muy especial a este espacio sobrecogedor y humilde.
La talla es de madera europea, muy dura y pesada, con una extraña pátina, de autor desconocido, es visitada especialmente los viernes, por muchísimas personas.
El padre García contaba que a las 7am, cuando él abre la cripta, ya hay gente esperando, entran, saludan a su santo favorito y se van rápidamente.
Este espacio que en un momento fue pensado para Panteón Nacional es finalmente por mandato de monseñor Soler, Santuario Nacional del Señor de la Paciencia.
En esos muros de dos metros de espesor se pueden ver muchas leyendas, con letra desprolija, con faltas de ortografía con una enorme carga de sentimientos y de emoción, algunas hablan de dramas cotidianos, de soledades, de amores, de falta de trabajo.
Algunos se dirigen al Señor de la Paciencia como:”flaco o cachete” y a veces la leyenda esta seguida de las gracias por la ayuda concedida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)