jueves, 9 de octubre de 2008

EL CACHIVACHERO DEL CORDÓN

El cachivachero del Cordón fue un extraño personaje que vivió en Montevideo alrededor del año 1884, en la calle Tacuarembó, por donde hoy está la Iglesia.
Se llamaba Manuel Fernández Tablas, aunque pero era mucho más conocido como el cachivachero del Cordón, a pesar de que él soñaba con ser “marchand.”

Don Manuel se empeñaba en adquirir cosas, pero como no tenía dinero ni discernimiento, a pesar de sus aspiraciones, lo único que lograba era juntar cuanto trasto viejo e inservible se encontrara a su paso.
Así su casa se convirtió en un depósito de cosas raras, exóticas, adquiridas en los rincones más extravagantes e insospechados de Montevideo.
En un hacinamiento insoportable, la vocación de amontonar de don Manuel no dejaba libre ni su propia azotea, todo lo que lo rodeaba era caos, sin orden ni concierto.
En un remate había adquirido una inmensa bañera, no se sabe con que intenciones, pero para bañarse era muy dudoso, porque en pocos días la convirtió en depósito de ollas sin fondo, asientos sin silla, relojes sin agujas, chapas de consultorios de médicos muertos, mangos de cuchillo sin hoja, lentes sin cristales, dientes postizos, un sinfín de desperdicios que aumentaban diariamente.
No perdía una sola oportunidad de comprar.
De esta manera fue poniendo en marcha uno de los primeros cambalaches Montevideano.
Pero llegó un momento que su fervor consumista, su desatino comercial, empezó a crearle serios problemas.
No solo no se podía bañar, tampoco podía cocinar, ni dormir, porque no había lugar para la cocina y menos para la cama. La situación ya era grave.
Pero como no le faltaba creatividad, empezó a pensar como solucionar la falta de espacio.
El espacio era imprescindible, entonces descubrió, que colgando los objetos de los tirantes del techo, duplicaba la capacidad locativa de su casa.
Y así colgó todo lo que pudo, a pesar de la amenaza que se cernía constantemente sobre las cabezas de los pocos clientes que se aventuraban a entrar.
Pero además ese laberinto, jamás profanado por una escoba o un plumero, era la delicia de otros seres vivos, como ratones, ratas, arañas.
Poder acostarse era un problema, ni hablar dormir, porque cuando el sol caía, los ratones y demás especimenes se adueñaban del lugar, cada objeto les servía de cueva y así, no solo se reproducían en régimen intensivo, sino que se acostaban, los muy descarados, en la cama de Don Manuel.
Entonces la única solución era colgar la cama también con un mecanismo complicadísimo, que debía repetir todos los días y las noches, por medio de cuerdas y poleas, que tironeaba para acostarse y aflojaba para levantarse.
Finalmente es posible que la modalidad de Don Manuel fuera algo extravagante, sin embargo el cambalache del Cordón, fue muy útil a la sociedad de aquellos tiempos.
No solo tenía su buena clientela, sino que pasó a la historia como un personaje querido y respetado.
Logró realmente un museo, el del desecho, aunque su vocación era la de un verdadero marchand.

Bibliografía: historia de este personaje la recogió Daniel Muñóz.

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