EL OMBÚ DEL FRATRICIDIO
En el verano de 1856 varios amigos salieron de Montevideo a dar un paseo por la campaña cuando, cansados de galopar, vieron a lo lejos un viejo ombú, guía de nuestros paisanos y se decidieron a llegar hasta él y descansar bajo su sombra.
Se tendieron boca arriba sobre los ponchos y contemplaron sin querer las soberbias ramas de ese gigante solitario de nuestras cuchillas, cuando en su tronco les llamó la atención una cruz toscamente tallada en él.
Se perdieron en conjeturas, vagaron entre todos de una opinión a otra, dice la historia, cuando vieron venir hacia nosotros, una mujer anciana, de caminar cansado, que al llegar los saludó con la amabilidad que caracteriza a los habitantes del campo.
Ustedes son de Montevideo?, preguntó después de haberse sentado en una de las raíces sobresalientes del ombú.
-Sí, le respondió uno de ellos y usted es de por acá?
-Hace treinta y dos años que vivo cerca.
-Entonces quizá sepa que significa esta cruz grabada en el ombú.
-
Esa cruz, contestó la anciana fue grabada por mis manos y desde ese día no he dejado de venir ni un día a este sitio, así empezó a contar:
Durante muchos años yo fue una mujer muy feliz, toda mi vida estaba dedicada a cuidar a mi familia.
Teníamos un pequeño campo y algunos animales y mi esposo y yo no pensábamos en otra cosa que no fuera nuestros dos hijos y su futuro. Ellos nos ayudaban, eran muy compañeros y todo iba muy bien hasta que llegó la guerra del 1843.
El mayor de mis hijos tenía diecinueve años y el otro diecisiete.
En esa guerra, nacida del odio de los dos partidos blancos y colorados dividieron las familias, alimentaron odios y ensangrentaron la república, contaba la anciana.
Y el destino quiso que de esos dos hijos, cada uno tomara una opción política: el mayor entró de soldado en la caballería del partido blanco y el menor en el partido colorado
Una mañana temprano, sigue contando la anciana, se escucharon tiros y gritos de pelea por estas inmediaciones.
El ruido se fue acercando, hasta que oímos claramente mi marido y yo, las amenazas de muerte de ambos bandos.
Eran dos ejércitos enemigos que se habían encontrado y que se batían encarnizadamente, repente se separaron del grupo dos jinetes que, alrededor de este ombú, comienzan a buscarse, a arremeterse, a correr en diferentes direcciones, buscando herirse del modo más certero.
De pronto el que huía dio vuelta de improviso su caballo, arremetió al contrario con su lanza que lo esperaba también con su lanza en alto, chocaron uno contra otro y ambos cayeron ensangrentados.
Se habían matado uno al otro.
La anciana no puede continuar, cayó de rodillas e inclinó su frente, hasta tocar la cruz grabada en el tronco del ombú.
Esta historia fue recogida por Ramón de Santiago y publicada en el año 1858 en el diario La Nación de Montevideo.
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