lunes, 29 de septiembre de 2008

LA MUJER MAS AMADA TIENE PLAZA EN MONTEVIDEO


Esta plaza montevideana fue elegida para alojar la mujer más amada de la historia de todos los tiempos, de todos los hombres y de cualquier lugar: la libertad.


Seguramente nuestra historia, vinculada estrechamente a la del pueblo francés, en su espíritu libertario, reconoce como la fuente de todos los progresos políticos del mundo, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.


En su homenaje Montevideo le consagró esta plaza, en un momento en que los ideales de nuestro pueblo, estaban íntimamente ligados a aquellos del pasado francés.


La que hoy vemos como una plaza céntrica, kilómetro cero de Montevideo, fue escenario de muy diversos acontecimientos.


Nuestra tierra se nutrió de inmigrantes que actuaron en diferentes escenarios y así formaron nuestra nacionalidad.


Uno de esos escenarios fue la Plaza de Cagancha, cuando los franceses reunidos en la Legión Francesa proclamaron: “Vive la liberté”.


En los tiempos de la Guerra Grande, por convocatoria del Ministro de Guerra Melchor Pacheco y Obes, se reunieron allí todas las tropas extranjeras, ya que la plaza, era el lugar donde se practicaban ejercicios militares.


Estos extranjeros, que se jugaron por la libertad y la concordia de su patria de adopción, se vieron obligados a afianzar esa adhesión, proclamando el derecho a la libertad y a la paz de esta tierra, que los recibió y donde ellos se afincaron.


En el inventario de los extramuros realizado en 1788, figura como la “Calle de las carreras”, primera pista que existió en el Uruguay.


No era más que un baldío, un simple rectángulo, pobre, fangoso y desolado, con poca edificación y escasa presencia humana.


Solo la naturaleza le era pródiga.


Bordeando por corralones, uno blanco que cercaba la quinta de la familia Montero, un poco más allá una fábrica de carruajes, otra de toldos y carpas, algún corralón y muchos espacios vacíos, salpicados por alguna que otra construcción.


En el horizonte el cielo aparecía generosamente quebrado por un recorte de plaza, la plaza Pérez, actualmente del Gaucho; un edificio de dos plazas y cuatro arcadas, importante para la época, más cielo y dos casas de altos: una con trece ventanas y otra con escalera exterior hacia el mirador.


Desde esa típica construcción, se habrán deslizado las miradas de muchos montevideanos, hacia aquel espacio ralito donde hoy nos hemos parado imaginariamente, plaza de Cagancha.


La alegría le había dado ese nombre, cuando se festejó la victoria de Rivera sobre los hombres de Rosas, obtenida en 1939, en la cuchilla de Cagancha en el departamento de San José.


Y desde aquel espacio, fue testigo de diferentes tiempos montevideanos: pasiones, calma, amores, juegos infantiles, pausa verde o dolor total.


Las crónicas también registraron cierto hecho patibular: un vecino comerciante de prestigio llamado José Baena, en plena Guerra Grande, fue acusado de traición y fusilado allí mismo, en el amanecer del 16 de octubre de 1843, por confabularse con los sitiadores.


El rincón de la ejecución comenzó a ser identificado como ”el hueco de Baena .”


EL 20 de febrero de 1867, entre los acordes del Himno Nacional, salvas y cohetes, unos cuantos cientos de ansiosas miradas contemplaban por primera vez, la estatua de la Concordia.


Había sido encargada oficialmente al escultor italiano José Livi y debía conmemorar la reconciliación de la familia oriental, luego de la paz de febrero de 1865.


El nombre que el artista le adjudicó “de la Concordia”, será sustituido por el de “ Columna de la Paz”, hasta que un día los montevideanos comenzaron a llamarla de la “Libertad”.


Pero, quien fue la modelo? ¿A quien perteneció su rostro, su cuerpo? ¿Por qué fue elegida? ¿ tenía nombre? ¿cual era?


La historia de Livi trae consigo todas las respuestas.


Esta mujer que reina sobre la plaza, es hermosa, esta envuelta en una túnica de estilo griego, en su mano izquierda sostiene una bandera a medio desplegar y con la derecha aferra una espada.


Con su pie izquierdo desnudo, está pisando una cabeza cortada que representa el genio del mal.


Su escultor, italiano y genial, fue encargado de embellecer el baldío con una obra de arte destinada a recordar, más que un hecho de armas en sí, el principio de una etapa de paz nacional, de reconciliación entre orientales.


Y no encontró mejor modelo, que la imagen de su propia esposa: Rosa Pittaluga.


Livi era egresado de academias de arte de Florencia y Carrara y no hacía mucho que vivía en Montevideo, cuando fue elegido para realizar esa obra.


Y su esposa, una uruguaya de la que estaba profundamente enamorado, lo acompañó, desde la inspección del terreno.


Era frecuente ver al artista con su esposa en grupas de su caballo, recorriendo las excavaciones de la plaza.


Mientras en su taller, con certeros golpes de cincel, decía en el bronce, todo lo que sentía por la paz y el amor.


Fue el primer monumento que tuvo Montevideo, todavía muy pobre en ornamentación artística, que se erigió a descomunal altura, como símbolo vertical ineludible de uno de los más sagrados derechos del hombre.


El 20 de febrero de 1867, el gobernador Venancio Flores, sus ministros de Estado, oficiales y público, se dieron cita en la plaza.


Todos habían venido a presenciar el descubrimiento de la estatua.


Y 133 años después de la presencia entre nosotros de esta enigmática dama, amada por Livi, amada por los uruguayos de todos los tiempos, amada por el hombre universal, tiene como razón de ser la guerra y el amor y como imagen, una mujer que observa la ciudad desde la altura.














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