jueves, 5 de febrero de 2015

A LA HORA SEÑALADA


A pesar de que el reloj ha recorrido un largo camino, no ha podido superar la maquina más perfecta que existe: el cuerpo del hombre.
Los seres humanos siempre preocupados por medirlo por medio del sol, el fuego la arena, el agua, todo mientras el tiempo pasa.
Antiguamente parecía “inmóvil”, porque no se sabía como medirlo, fue entonces por necesidad y través de la observación de los fenómenos físicos, que el ser humano descubrió la posibilidad de crear instrumentos para medir ese tiempo, aparentemente “inmóvil”.

Una sumaria estaca clavada en el suelo, les permitió descubrir que la sombra variaba con la posición del sol,la estaca no tardó en convertirse en reloj de sol, primera forma de medir el ritmo del día y de la noche.

A partir de allí, diferentes mecanismos basados en el fuego, la cera, el aceite, o las clepsidras de agua, permitieron al hombre contabilizar diferentes lapsos de tiempo, como minutos, horas, días o años, del día o de la noche.

Pero pasó bastante tiempo hasta que, los elementos basados en la mecánica comenzaran su reinado.

Los primeros pasos los dio el italiano Pacífico en el siglo VIII, quien construyó un reloj accionado por contrapesas, que recibió de regalo el Rey Pepino el Breve.

Hacia el año 1300 estos mecanismos eran habituales en los relojes de iglesias europeas, torres y campanarios, como el de la Catedral de Salsbury, que aún funciona.

Y en Francia el Rey Carlos V, encargó un reloj mecánico al alemán Henry de Vick, de lectura rápida y sencilla, para colocar en la torre de su palacio
Y como los deseos de los soberanos son órdenes, allí estuvo el reloj inventado por Henry de Vick.

Pero la Ley del Péndulo enunciada por Galileo Galilei alrededor del año 1660, permitió a Cristian Huygens armar el primer reloj a péndulo, aplicado sobre un reloj de pared, que media horas y minutos con exactitud.

Ya no hubo más posibilidades de inmovilizarse en materia de tiempo y de mediciones, el reloj máquina implacable, se había echado a andar.

A pesar del avance tecnológico quedaban algunos problemas por resolver, como el desgaste de las piezas y la consiguiente inexactitud en la medición del tiempo.

En el año 1704 un relojero Nicolás Faccio, utilizó rubíes y zafiros como pivotes, piedras que por su dureza, redujeron los inconvenientes que producía la frotación del mecanismo de los relojes y así llegaron a la exactitud que buscaban y comenzó su difusión.

Como en materia de tiempo no hay posibilidades de detenerse, un inglés Robert Hooke siguió experimentando y descubrió el sistema de cuerda, lo que permitió la creación de los relojes portátiles, los que se llevaban en el bolsillo.

Eran aquellos de numerosas tapas de oro, en general marca Longines, que los señores extraían del bolsillo inferior del chaleco, con bastante parsimonia y algo de petulancia y así comprobaban con orgullo que era “la hora señalada”.

Cuentan los suizos, que fue una institutriz que se cansó de chocar con el reloj que llevaba colgado del cuello cuando se inclinaba en la cuna del bebe, que un día se lo ató en la muñeca, así nació el reloj de pulsera.

Después Hans Wilsdorf, prócer casi contemporáneo en lo que a relojes se refiere, sustituyó la cuerda por la energía que produce el movimiento del brazo, así creó el rotor.

También inventó las cajas herméticas capaces de sobrevivir a la inmersión y además desarrolló una forma efectiva de proteger los relojes, contra los golpes.

Pero no se conformó con eso, este genio de la relojería creó en el año 1945, el primer reloj pulsera con calendario.

Desde ese momento, se pudo llevar en la muñeca, una información que antes estaba reservada a complicados aparatos de astronomía.

Puede haber relojes de sol, de arena electrónicos, eléctrico, de cuarzo, cronómetros o mecánicos, a pila, inclusive atómicos.

La variedad de tipos y calidades de relojes es enorme, pero hay algo que les es común, todos ellos necesitan de una fuente y un control de energía.
Y finalmente podemos medirlo, derrocharlo, perderlo, conservarlo, matarlo, desearlo, podemos hasta hacer tiempo, todo menos mantenerlo inmovilizado. Contribuyo con este informe el Periodista Jaime Clara

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